Ni en el más sórdido de mis sueños había soñado a una mujer como ella. Lo cierto es que bailar no bailaba muy bien, pero su mirada era como un puñal que aceleraba mi ya taquicárdico corazón.
Estaba en aquel pueblo que me había visto crecer, cazando las mismas historias para no dormir de siempre con mis otros dos jinetes del “alcoholcalipsis”. Aquella noche no difería mucho de otras que ya había derrochado en aquel bar, beber hasta derrumbarnos sobre nosotros mismos.
Demasiadas cervezas, Havanas y Legendarios, como para entrarle a ninguna chica. Demasiados conocidos en aquel bar. El problema de los pueblos es que todo el mundo sabe quién se ha tirado a quién, y eso le roba toda la magia a la mayoría de las mujeres que intentaban seguir el compás de aquellos dos ojos negros. Saber quién se ha tirado a una mujer es como haberla visto cagar, si es guapa te da igual, pero si su cara es mínimamente grotesca o su culo es como la pantalla del IMAX, es imposible concentrarse en otra imagen. Además, a mí me bastaba con sus ojos y mis copas. Ella cobraba por lanzarme sus miradas más sucias, por jugar con s labios y su lengua, por dar a algún torpe borracho la sensación de que existía un mínimo resquicio de esperanza de tirársela. Yo no apartaba la mirada de sus ojos mientras los demás no apartaban la mirada de sus caderas. Y su manager no quitaba la mirada de los borrachos. Acabó su turno, se subió un maromo de uno noventa de estatura y cero de neuronas, uno de esos pavos que se pasan cuatro horas al día en un gimnasio hasta ser capaces de levantar una cabra con su meñique, de esos que creen que “El Decamerón” es un cantante flamenco.
Todo el mundo aprovechó para calzarse otro trago y yo aproveché para hablar con la única chica a la que tenía pinta de no conocer ni de haberla visto en sueños. Me empezó a contar no sé qué historia de que ella no creía en Dios, que creía en
La sesión de contoneos batía mi lóbulo frontal, me desinhibía y me lanzaba a bailar. Yo nunca he sabido bailar, ni lo he pretendido, pero hacer un poco el gilipollas siempre atrae a mujeres con ganas de hacer el gilipollas y de acabar teniendo sexo de gilipollas. Pero esta vez era distinto, ella atrapaba mis movimientos y me movía como una marioneta con su mirada, la otra muchacha empezó a bailar pegada a mí. Movía mis caderas lentamente y clavaba mis ojos en ella. La dependienta se frotaba contra mí como si mi pantalón guardase el secreto del poder de su Diosa. De repente me sentía lleno de fuerza, dominante y poderoso. Pero creo que eso era culpa del Havana con Coca-cola. Yo ya no parecía un cantautor frustrado, era el guiñol de un semi-dios, poderoso cual Aquiles bañado por la sangre de un alcohólico dragón, pero dominado por su alquilada mirada. La dependienta me susurró al oído, “tengo mi coche ahí fuera”. La agarré por la cintura y la besé sin apartar la mirada de mi dueña. Mis manos se desplazaron por aquellos pantaloncitos blancos y estrujaron su culo. Me sentía dueño de todo lo que mis manos tocaban, pero aún así sólo podía pensar en sus ojos. Los hombres somos ambiciosos, nunca nos conformamos con lo que tocamos o poseemos, siempre estamos pensando en aquello que está lejos de nuestro alcance, aunque sea una botella de veneno.
Las calles estaban pobladas de una nieve que se derretía a cada paso que daba, desprendíamos calor como dos antorchas humanas. Me dio las llaves de su coche, demasiado coche para una dependienta de Zara, seguro que papá no consentiría lo que iba a pasar en la tapicería de su A3 GTI nuevo. Aceleré olvidando mi temor a la velocidad, porque nada me podía parar. Su mano izquierda recorría mi muslo, pero era insignificante, no me distraía de la carretera. Llegamos al viejo río, y el techo solar dejaba mirar a una Luna que hoy se enamoraba de mí y no como de costumbre. Su cuerpo se crispaba con cada movimiento, su cara se transformaba con cada movimiento, sus ojos se clavaban en mí, sin turbar mi concentración. Los corzos se debieron asustar de su aullido. Cayó sobre mí y me abrazó, yo sólo podía pensar en la bailarina. Silencio hasta el pueblo, se quedó dormida. Aparqué el coche sin despertarla le dejé las llaves en el salpicadero y me fui. Sólo podía pensar en la bailarina y en esos ojos.
Entré en el bar, estaba vacío, sólo los bailarines, el manager y los camareros recogiendo los restos del Viernes Santo, hace no mucho, fecha para el recogimiento. “Pon una ronda para estos señores”, le solté al camarero, la rechazaron, todos menos ella “Un tequila por favor”, “Que sean dos”. Duró un segundo en nuestras manos y dos siglos en nuestras gargantas.”Vaya polvo habrás echado gracias a mí”,”Tú no tienes abuela ¿no?”,”Venga, ¿te crees que yo no me doy cuenta?, ¿que estoy ahí como una “calientapoyas” echando miradas al azar?”,”Cobras por ello”,”No, cobro por bailar, no por alegrarle la noche al primer cantautor frustrado que me cruzo”,”¿Cómo sabes eso?”,”Te escuché en “Irish Rover” cuando trabajaba allí de camarera, pareces un tipo atormentado, pero me gustó tu música”,”Gracias, sólo trato de alegrar a la gente comparando sus vidas con otras más desgraciadas”,”¿Y me escribirás una canción?”,”Te escribiría un disco entero sólo hablando de tus ojos”. Me miró a los ojos, me puse en guardia de nuevo, se acercó a mi oído y susurró “pues todavía no has visto lo mejor”, mientras colaba su mano en mi bolsillo de atrás. De repente, el tarugo y su manager cayeron sobre mí como una maldición, el tarugo me agarró de los brazos, sin que pudiese moverme, el manager me puso la cara como una túnica de Nazareno. Me pateó el estómago una y otra vez, lo cierto es que no tenía fuerza ni para apagar una vela, pero el hijoputa de él era persistente. “Para que aprendas a no meter mano a quién no debes”. Ella se reía a carcajadas. Se agachó y le dije “¿Y ahora qué hago yo con esto?”, “Hazte una paja o escribe una canción”. Llegué a mi casa como pude y me dejé caer sobre la cama, a la mañana siguiente me dolía todo, me quité los pantalones ensangrentados, y mientras me dirigía a la lavadora, un papel cayó al suelo “Clara 6XXXXXXXX, espero que te recuperes y me llames Besos”. “Dios cierra puertas, pero abre túneles en las montañas”, pensé mientras trataba de reírme sin que me doliese la cara.